miércoles, 6 de noviembre de 2013

Volver.

Hace ya muchos años que decidí que no volvería al Calderón hasta que la actual directiva (que se hizo con el Club de manera fraudulenta) no devolviese el mismo a sus socios y, de pronto, aquí me veo hoy, con la entrada en el bolsillo y a punto de salir de casa para hacer la previa con los colegas. Y entonces me doy cuenta de que nada ha cambiado.
La sensación es exactamente la misma que cuando era abonado solo que ahora soy más de diez años más viejo: llevo nervioso desde la primera vez que le he dicho a mi chica en voz alta "hoy voy al Calderón", tengo ya preparada toda la ropa y la parafernalia (cuatro bufandas, una camiseta de manga larga y una bandera todo ello, obviamente, del Atleti), la camiseta rojiblanca que me acompaña hoy (temporada 12/13, dorsal número 19, Diego Costa) pulcramente doblada encima de la mesa del salón, dos paquetes de tabaco, dinero para cervezas (no mucho, porque quiero ver el partido, no engancharme una tajada), las gafas de sol y un gorro porque en el Calderón siempre refresca.
Y el corazón totalmente desbocado.
No son los nervios de antaño ("nos van a meter siete", "el equipo no juega un pimiento", "falta Hasselbaink/Salva/Torres/Kun o Forlán/Falcao"... ese tipo de cosas), son nervios de ilusión, de ganas de disfrutar de un buen partido, de sensaciones encontradas, de un montón de recuerdos tras tantos años de abonado. Esos nervios que me provocan el haber visto ya por la calle gente con las camisetas, ese ambiente previo futbolero... Es una sensación muy agradable, pero creo que rozo el infarto y me dijo el médico que evitase situaciones de estrés. "¿Qué pretende oiga? ¡Soy del Atleti!", tuve que contestarle.
En fin, que me he clavado tres cigarros escribiendo esto y aún tengo que hacer el ritual de vestirme de rojo y blanco antes de salir de casa. Que me voy al Manzanares, al Estadio Vicente Calderón donde acuden a millares los que gustan del fútbol de emoción. Solo que ahora la emoción es saber cuántos goles vamos a meter y no cuántos vamos a encajar.
Cómo cambian los tiempos, Venancio.

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