domingo, 17 de noviembre de 2013

Últimos en dinero, primeros en corazón... ¡y en la clasificación! Una pasión difícil de explicar.


No voy a ponerme a explicar toda la historia de cómo descubrí al Unión Club Ceares porque es larga, no creo que le interese a nadie y ahora mismo carece de total importancia. El caso es que el club está ahí, jugando en la Tercera División asturiana (qué cosas, la voracidad patrocinadora del BBVA no ha llegado hasta estas ligas....) y yo vivo en Madrid, de cuyo fútbol base sé entre muy poco y absolutamente nada; sin embargo, puedo decir ahora mismo de carrerilla que el Ceares está líder con 31 puntos, el Paviano y el Langreo van segundo y tercero respectivamente con 29 y el Lealtad ocupa la cuarta plaza con 28. ¿Cómo se explica que un tío que vive a 467 kilómetros de Xixón flipe con un equipo de un barrio con el que no tiene ningún otro tipo de vínculo?
Siempre he sido muy de meterme a defender causas perdidas y, cuando descubrí al Ceares y me empecé a interesar por su modelo de gestión, la sombra del descenso rondaba La Cruz fin de semana sí y fin de semana también. Lo cierto es que la cosa pintaba francamente mal (y tener que seguir a un equipo única y exclusivamente por su cuenta de Twitter no ayuda precisamente a templar los nervios, más bien lo magnifica todo para bien y para mal) pero había un grito de guerra que atronaba en mi cabeza: KEEPING THE FAITH. Me sorprendía ver por las redes sociales cómo los aficionados se agarraban a ese lema como a un clavo ardiendo y lo repetían hasta la saciedad. Si ya me había picado el gusanillo, viendo aquello se me gripó el corazón y me enamoré del todo. Y entonces llegó la penúltima jornada, en casa contra el filial del Oviedo, se ganó 3-0 y por primera vez en mi vida celebré goles en el trabajo leyendo en el móvil como si estuviese en el campo de fútbol. Mis compañeros de curro me miraban como al enfermo mental que probablemente sea mientras yo deliraba celebrando que un equipo al que a priori no me une absolutamente nada iba a mantener la categoría. Y si yo estaba así, el aspecto que tenía la grada de La Cruz ese día era un escándalo. Desde entonces lo que iba a ser una simple parada turística si alguna vez subía a Asturies se convirtió en una obsesión, hasta el punto de que subí exclusivamente a ver al Ceares y no a hacer turismo.
La Cruz me enamoró por todo, empezando porque la propia ciudad de Xixón me pareció preciosa y siguiendo por cómo se portó la gente de allí (y eso que dejé un pufo en la Cafetería Dipos que aún me duele recordar, que pienso ir a pagar en persona y que explica, entre otros motivos, por qué estoy dejando de beber). Pero sobre todo me enamoró la grada, esa grada.

En la grada de La Cruz, perfectamente ubicada al calor de La Cantina y al lado de los meixaerus (por cierto, los meaderos mejor ubicados que he visto jamás en un campo de fútbol, ¡se ve de puta madre mientras desahogas!), siempre hay fiesta. No se para NUNCA de animar, las sonrisas son permanentes, la cerveza vuela (en ocasiones literalmente), el ambiente es espectacular, los desconocidos te abrazan cuando marcan los locales, no se insulta ni al árbitro ni al equipo visitante (de hecho se muestra un respecto que ya quisiera ver yo en otras categorías...) y tocar el propio césped durante el partido es tan sencillo que me resultó inevitable hacerlo. En La Cruz se respira fútbol por los cuatro costados, un fútbol muy lejano de lo que vivido nunca en mis visitas al Calderón, al Campo de Fútbol de Vallecas o a cualquier otro ESTADIO (porque digan lo que digan La Cruz para mí no es un campo, es un ESTADIO en toda regla). En La Cruz entendí todo lo bonito que tiene el balompié, lo divertido que es el fútbol cuando es cercano. Lo que mola que el fútbol sea de los aficionados y se haga para ellos. Y eso no se compra con dinero.
La Cantina es un garito MUY DE PUTA MADRE.
El Ceares es un club bastante rico, tanto que sólo pueden jugar con luz natural porque no hay dinero para encender luces, tanto que las instalaciones para la cantera (¡y qué cantera! ¡qué compromiso!) las han levantado los aficionados con sus propias mano, tanto que no tiene un puto duro pero hoy se ha puesto líder de su categoría remontando fuera de casa. Así de rico es el Ceares.
El Ceares es la prueba irrefutable del tan manido "sí se puede". Se puede disfrutar del fútbol sin millonadas de por medio y sin favores (más bien con muchas trabas) de las instituciones. El Ceares es un modelo de gestión que ha pasado de estar al borde del descenso a quedarse a las puertas de la FedCup y, este año, esta misma tarde, a hacer historia poniéndose líder.
Es un lujo y un placer poder ir presumiendo por ahí: "yo soy del Ceares". Aunque me pille a más de cuatrocientos kilómetros de mi casa y aunque tenga que seguir los partidos por Twitter. Es una pasión difícil de explicar, pero es una pasión preciosa.
Keep the faith. Este año lo petamos.
Gracias.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Por qué me emociona el fútbol. La historia de José García.

He debido ver este vídeo más de veinte o treinta veces y siempre he flipado con el crío y cómo representa perfectamente lo que es sentir unos colores desde que eres bien mocoso.

                        

Precisamente por eso, me encanta ver ahora este otro vídeo una y otra vez. No solo apunta maneras de buen futbolista el chaval sino que emociona ver a un futbolista de Liga BBVA Primera División tan entregado a unos colores que no sean los de los billetes de quinientos.

       


Supongo que habrá más historias como la suya, que la de José García no puede ser la única que hable de cómo pasar de la pasión de la grada a defender tu escudo sobre el césped. O al menos eso quiero pensar. En un fútbol en el que hasta los infantiles se traspasan de una cantera a otra la fidelidad es un valor a la baja y por estas cosas me emociona el fútbol, por historias como la de José García.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Volver.

Hace ya muchos años que decidí que no volvería al Calderón hasta que la actual directiva (que se hizo con el Club de manera fraudulenta) no devolviese el mismo a sus socios y, de pronto, aquí me veo hoy, con la entrada en el bolsillo y a punto de salir de casa para hacer la previa con los colegas. Y entonces me doy cuenta de que nada ha cambiado.
La sensación es exactamente la misma que cuando era abonado solo que ahora soy más de diez años más viejo: llevo nervioso desde la primera vez que le he dicho a mi chica en voz alta "hoy voy al Calderón", tengo ya preparada toda la ropa y la parafernalia (cuatro bufandas, una camiseta de manga larga y una bandera todo ello, obviamente, del Atleti), la camiseta rojiblanca que me acompaña hoy (temporada 12/13, dorsal número 19, Diego Costa) pulcramente doblada encima de la mesa del salón, dos paquetes de tabaco, dinero para cervezas (no mucho, porque quiero ver el partido, no engancharme una tajada), las gafas de sol y un gorro porque en el Calderón siempre refresca.
Y el corazón totalmente desbocado.
No son los nervios de antaño ("nos van a meter siete", "el equipo no juega un pimiento", "falta Hasselbaink/Salva/Torres/Kun o Forlán/Falcao"... ese tipo de cosas), son nervios de ilusión, de ganas de disfrutar de un buen partido, de sensaciones encontradas, de un montón de recuerdos tras tantos años de abonado. Esos nervios que me provocan el haber visto ya por la calle gente con las camisetas, ese ambiente previo futbolero... Es una sensación muy agradable, pero creo que rozo el infarto y me dijo el médico que evitase situaciones de estrés. "¿Qué pretende oiga? ¡Soy del Atleti!", tuve que contestarle.
En fin, que me he clavado tres cigarros escribiendo esto y aún tengo que hacer el ritual de vestirme de rojo y blanco antes de salir de casa. Que me voy al Manzanares, al Estadio Vicente Calderón donde acuden a millares los que gustan del fútbol de emoción. Solo que ahora la emoción es saber cuántos goles vamos a meter y no cuántos vamos a encajar.
Cómo cambian los tiempos, Venancio.